Cuando pensaba que la pubertad había quedado atrás y que ahora comenzaba la inminente era del terror por las arrugas y la pérdida de colágeno, el acné decide aparecer una vez más en mi vida.

Era entendible, me había ido a vivir a Barcelona y eso significaban muchos cambios. Cambio de clima, de alimentación, agua, aire, hábitos, ritmos y estilo de vida en general. Todos los factores externos que sabemos que influyen en nuestro cuerpo y que se pueden ver reflejados en la piel. 

Al principio, bien. Lo toleraba.

Pero cuando empecé a notar que no se estaba mejorando, comenzó un viaje de autoconocimiento profundo. Que como muchos deben saber, no es siempre agradable... Es de los procesos más difíciles que me ha tocado vivir. 

Pensarán, quizás, "Que exagerada, no es para tanto". Y en parte es verdad, no me estaba pasando nada grave, no era un tema de vida o muerte, para nada. Pero mi cuerpo sí lo sentía así.  

Comencé a probar todo lo que estaba en mis manos para liberarme de una vez por todas de ese calvario. Cambié mi estilo de vida: Deporte en la mañana, meditación 20 minutos todos los días, ducha fría, no azúcar, no lácteos, no harinas blancas, no fiesta, no alcohol. NO NO NO. 

Nada parecía funcionar. Mientras más intentaba buscar un estilo de vida "sano", todo parecía empeorar. 

Empecé a quedarme cada vez más sola con mis pensamientos. "Que fea eres", "Que vergüenza, 30 años y con esa cara", "Cómo vas a salir a la calle así" "¿Quién va a querer juntarse contigo?".

Lo escribo y se me aprieta el corazón. 

"No me toques, no me mires, no me hables". Sentía que no lo merecía. Mucho menos besos, sexo y placer. 

Comencé tratamientos con profesionales estéticos que eran lo más parecido a las torturas chinas. Láser, agujas, microagujas, peeling, quemaduras, exfoliantes... las que han pasado por esto saben de qué les hablo. 

Dolor, mucho dolor. 

Pero me lo merecía. O eso pensaba por lo menos. Era una especie de castigo por no ser suficiente, por no acercarme a esa perfección que siempre busco y nunca encuentro. Porque claro, no existe.

Hasta que alguien me dijo: "¿Y eso que te haces en la cara te agrada?".

No me había detenido a pensar que eso fuese un factor importante. 

Nunca se me había ocurrido que todo esto podía sanar desde el amor y el cuidado. Nunca lo había hecho, no sabía cómo.   

Pero aprendí. 

No se puede sanar desde el castigo, la autoexigencia, el estrés. 

Solo se puede sanar desde el amor, la autocompasión, el placer, la ternura. Lo mismo que en terapia. Nadie sana un trauma desde el odio. 

A medida que vamos tratándonos con amor, hablándonos de manera amable, respetando nuestros propios tiempos, es cuando podremos realmente sanar. Y sanar lo digo en todo ámbito. 

Aprendí a hacerme cariñito en la cara, hace años que no la trataba con delicadeza. 

Cambié la manera en que me hablo y me trato cada vez que veo algo en mi cuerpo que no me gusta. Mi primer impulso es a maltratarme, pero me doy cuenta de eso e intento rápidamente cambiar mi discurso. 

Estamos acostumbradas y enseñadas a tratarnos mal, y es el peor veneno de todos, porque es silencioso y se esparce muy rápido.

Trátense con cariño y háblense bonito. 

Con amor, 

Josefa 

14 enero 2025 — Josefa Arentsen
Etiquetas: autoestima